Por Javier Beruhard
El 26 de febrero, en la ciudad de Tandil, se reportó un hecho poco común: un águila mora juvenil sobrevolaba los edificios del centro. Personal de la Granja Los Pibes, centro de rescate de fauna silvestre, acudió al lugar y logró capturarla ilesa, trasladándola luego para su evaluación.
El águila estaba en buen estado de salud. Se la mantuvo en cuarentena por protocolo y, posteriormente, fue liberada sin inconvenientes. Sin embargo, algo llamó la atención: identificaba rápidamente a las palomas como presas, lo que indicaba que se había acostumbrado a alimentarse de ellas. Esto plantea un interrogante: aunque haya sido liberada lejos de la ciudad, podría regresar fácilmente (las distancias no son un problema para un águila) o, incluso, podríamos encontrar más ejemplares con esta misma conducta.
Entonces, ¿por qué está ocurriendo esto? ¿Cómo es que, en plena crisis de reducción de hábitat debido a la expansión agropecuaria y la pérdida de biodiversidad, las águilas aparecen en las ciudades? La respuesta, paradójicamente, puede estar en esas mismas razones.
Desde hace años circula el mito de que en algunas ciudades argentinas se liberaron “halcones, águilas y gavilanes” para controlar la población de palomas. Esta creencia se ha fortalecido por diversas razones. Una de ellas es que, efectivamente, varias especies de rapaces están eligiendo habitar en entornos urbanos. Sin embargo, esto no se debe a una suelta intencional, sino a una combinación de factores ambientales y ecológicos.
En las zonas rurales, el uso de agrotóxicos ha reducido drásticamente la biodiversidad. Estos productos no solo afectan a las llamadas “plagas”, sino que eliminan insectos y hierbas nativas, dejando sin alimento a muchas especies. La desaparición de pequeños herbívoros y aves insectívoras impacta en los depredadores que dependen de ellos. Como resultado, los ambientes agrícolas se han convertido en desiertos biológicos.
Entonces, ¿dónde pueden encontrar alimento las rapaces?
En los pocos rincones naturales que quedan y, sorprendentemente, en las ciudades. Allí, las palomas ofrecen una fuente de alimento abundante: son aves torpes, de gran musculatura y con alta tasa reproductiva. Para muchas especies cazadoras, representan una oportunidad que no encuentran en el campo. Y, al vencer el miedo al ser humano, algunas rapaces comienzan a establecerse en el entorno urbano.
Es así como en ciudades como Tandil, La Plata, Mar del Plata, San Nicolás y Buenos Aires, entre otras, se han asentado especies como gavilanes mixtos, caranchos, águilas moras y halconcitos colorados. Muchas pueden observarse con solo levantar la vista al cielo.
Ahora bien, volviendo al mito: no, nunca existieron proyectos oficiales ni extraoficiales para criar o capturar rapaces con el fin de soltarlas en las ciudades. Estos animales han llegado por su cuenta, expulsados de sus hábitats degradados, en busca de alimento y territorio.
Es cierto que algunas organizaciones dedicadas a la rehabilitación de fauna han liberado rapaces en zonas urbanas, pero esto ocurre porque muchas de ellas ya nacieron allí. Sus nidos están en los árboles más altos de plazas y parques. No hace falta ir a un área protegida para verlas: basta con prestar atención en una caminata por el barrio.
Las imágenes de estas liberaciones han reforzado el mito de que fueron introducidas intencionalmente. Sin embargo, se trata de un fenómeno propio de estas especies, que, más allá de la influencia humana indirecta, siguen su propia dinámica ecológica. Y sí, efectivamente, se alimentan de palomas.
Tal vez la mejor postura sea aceptar que hoy forman parte del ecosistema urbano, así como en su momento lo hicieron las palomas. No es necesario “rescatarlas” para devolverlas a un hábitat del que nunca fueron parte. Muchas nacieron en la plaza más cercana y, al igual que tantas otras especies, están tratando de sobrevivir en la era del Antropoceno, con todos los desafíos que eso implica.